Autobiografía

Esta es mi historia de vida, mi propio juego… Un 20 de abril, allá por el año 1979, nacía yo en la clínica de la Bancaria. La elección de mis nombres fue causal de arduos debates familiares hasta que, finalmente, consiguieron darme una identidad por mutuo acuerdo, según ellos me han contado. Mariana fue elección de mi padre y Beatriz, nombre preso de un anonimato obligado, fue el exótico gusto de mi madre. Como primera hija de esta familia italo-española pasó a ser asunto anecdótico todo aquello que yo hiciera, dijera o mostrara. Tal es así que, a pesar de mi tamaño símil peceto, fui la figura estelar de decenas de álbumes familiares hasta la venida de mi hermana dos años mas tarde.
La bici, la mancha y la escondida fueron los clásicos para justificar mis rodillas machucadas y los retos por los joggins sucios. Pero es evidente que no todo es “cháchara” en la vida, entonces así como tenía mis tardes de india guerrera, también tenía que cumplir con mi perfil de nerd. Esta faceta me colocó en el puesto número uno del top five en lo que a promedios secundarios respecta, en el colegio Nuestra Señora de la Misericordia.
Poco a poco fueron quedando como fotos amarillas aquellos momentos del secundario donde las horas de clase y los recreos eran el mejor lugar para vivenciar la adolescencia pura. Una adolescencia cómplice de subirse el jumper entre amigas y pasear por las calles del barrio de Belgrano, buscando las miradas picarescas de los chicos del colegio Manuel Belgrano.
Sin dudas fue mi precoz interés por el mundo de la Very Important People lo que hizo que, durante la cursada de mi último año de la secundaria, alineara todas mis neuronas en pos de completar un curso de jóvenes emprendedores que, según los entendidos, me daría grandes frutos. Hoy, gracias a este tipo de cursos que, si bien me dejaban sin mis sábados de matinée, debo reconocer que me dieron la posibilidad de entrar a trabajar en una compañía norteamericana y codearme con los yanquis del primer mundo. Un empleo así me acorralaría con grandes exigencias pero no obstaculizaría mi blanco: quedar plastificada por muchas docenas de huevos y con el título de Abogada de la UBA en mano.
Algunos años después tuve la oportunidad de mudarme por este mismo trabajo al país del Imperio Inca, Perú, residiendo en Lima. Una oportunidad digna de desaprovechar por un primate, motivo por el cual yo no demostraría ser el eslabón perdido en la cadena de Darwin. Allí me nutrí de su cultura, sus costumbres y modos de vida, pero por sobre todo me nutrí de sus salsas excesivamente picantes... ¡nunca creí que podría castigar así a mi estómago…! Esta oportunidad me mostró la cultura desde otro lado, desde la creación y la imaginación llevadas a su máximo exponente. Sería cuestión de ver los 12 rollos de fotos artísticas que saqué para advertir que mi cabeza estaba, desde aquel entonces, buscando liberar de su guarida su cúmulo apretado de genialidades. Así es como me encuentro ahora, con el titulo de creativa publicitaria en mano y la anécdota de haber tenido unas lindas docenas de comestibles ovoides sobre mi cabeza.

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